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Eso dicen los titulares

Marta Montojo

«Junio de 2025 ha sido el mes más caluroso en España desde que hay registros», «Más de 130 muertos por las inundaciones en Texas ante la inminencia de nuevas tormentas», «Europa sufre un “latigazo hidroclimático” entre incendios, sequías y tormentas»… A estas alturas del año las noticias sobre fenómenos asociados al cambio climático se hacen hueco en las portadas, con enfoques que solo contribuyen a la idea de que está todo mal, el planeta se ha roto, no hay nada que hacer frente a las consecuencias imparables de la crisis climática. Cada año hace más calor que el anterior, los incendios son cada vez más masivos, las inundaciones más virulentas… No hay salida. No hay futuro. Cada verano, en las redacciones de los medios de comunicación las secciones de medio ambiente se convierten en una suerte de agujero negro al que nadie se quiere acercar. Si en el departamento de cultura están preparando la próxima entrevista con Rosalía, la cobertura del enésimo festival de música, la crítica del libro que más se leerá en las vacaciones, en el de medio ambiente todo es fuego, sequía, calor, desastre, muertes.

No creo que haya que dejar de publicar estas noticias. Hay que seguir contando la realidad climática y darle un espacio principal en los telediarios, boletines de radio y portadas de prensa escrita. Pero conviene recordar que pasan más cosas relacionadas con el cambio climático, que hay más grandes titulares posibles. También en verano. Por ejemplo: el mes de junio la solar fue la mayor fuente de energía en Europa. La solar batió récords en su contribución al mix eléctrico en trece países europeos. El combustible fósil más sucio, el carbón, generó en pasado mes el porcentaje más bajo jamás alcanzado de electricidad en la Unión Europea.

La concepción de la cobertura de «medio ambiente» como cajón de sastre de todo lo malo que ocurre en el planeta —en estas secciones se cubren también terremotos, erupciones de volcanes y otras catástrofes consideradas «naturales»— acota la capacidad de contar la crisis ecológica, pero también la transición ecológica. Limita esta cobertura a las historias que se entienden como «verdes», más ligadas a lo natural (el clima, la biodiversidad, los desastres). Los cambios que se dan en el plano social y económico, aunque tengan mucho o todo que ver con la transición ecológica, quedan a menudo fuera de este ámbito; en parte por la competición por los temas que se da entre las secciones de los periódicos, pero no solo.

Mi sospecha es que en los medios de comunicación opera un sentimiento de culpa. En las últimas décadas se ha dado tan poco peso a la información medioambiental que, ahora que los efectos del cambio climático se vuelven tan evidentes y urgentes, parece existir la necesidad de tener temas «verdes» en agenda. A veces, cuando otros periodistas climáticos comparten anécdotas de lo que dicen sus jefes sobre las informaciones en que trabajan, me sorprende el poco interés que muestran los editores ante los asuntos que han mandado cubrir a sus redactores.

Puede que se trate de un solo jefe y no sea justo extender el juicio a toda la sección ni a todo el medio, pero, en función de lo que van contando los compañeros, una puede hacerse una idea aproximada de qué medios dan peso a la información ambiental por imperativo social y cuáles apuestan por estas coberturas porque se las toman con seriedad, y eso también implica ser cuidadoso con los enfoques, pensar en otro tipo de historias.

La falta de un interés genuino en lo que sucede con el cambio climático —tanto las victorias como los fracasos en la batalla contrarreloj por la descarbonización— erosiona también la responsabilidad a la hora de tratar esos temas. Alimenta la mala praxis que podemos llamar directamente sensacionalismo: el titular más catastrofista es el que finalmente tiene luz verde para publicar. Un redactor raso lucha por la precisión de sus titulares hasta que se cansa y termina dando la razón a sus jefes. Y eso en el caso de que los editores consulten al redactor antes de modificar un titular.

Más allá de las disputas entre los reinos de taifas que son las secciones en los medios, lo cierto es que la manera en que se concibe lo medioambiental y lo climático en algunas redacciones hace que las historias más positivas de transición ecológica no se entiendan como historias de medio ambiente y caigan, muchas veces, en el área de economía o en sociedad. Afortunadamente, no es así en todos los casos. Por ejemplo The Guardian, uno de los medios que sí entienden la crisis ecológica en el contexto de la actual policrisis, abría su sección de medio ambiente a mediados de julio —mientras parte de Reino Unido batía récords de calor y tenía las reservas hídricas en sus niveles más bajos de la década— con la historia de un pueblo sueco que ha decidido aplicar la teoría de la economía rosquilla de Kate Raworth.

Pero hay otro elemento, más prosaico, que lleva al periodismo climático a encerrarse en la cobertura de desastres en verano: en estos meses las redacciones se vacían y el país entero se prepara para las vacaciones. Son días en que cuesta más que una fuente coja el teléfono a tiempo y en que uno de cada cuatro emails enviados recibe una respuesta automática de descanso por vacaciones. En esos momentos, lo sencillo es ceñirse a las fuentes de confianza que contestarán aún desde la playa y con el enfoque habitual para los temas habituales: calor, inundaciones, sequía, muertes. El colapso, pareciera, ya está aquí. O eso dicen los titulares.

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