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Perforar, perforar, perforar

Bill McKibben  ||

 

Una segunda ración de trumpismo puede causar daños innumerables, pero con la crisis climática puede causar un daño que, en términos humanos, dure para siempre, un daño que se podrá percibir en el registro geológico de los próximos milenios. De manera bastante literal, sus acciones pueden coadyuvar al derretimiento de los polos y al crecimiento del nivel de los océanos, y en las páginas del Mandato de liderazgo del Proyecto 2025* sus esbirros conservadores han dejado meridianamente claro que eso es lo que van a hacer.

Las propuestas abarcan desde lo mayúsculo —como dejar de apoyar todo lo que va desde los vehículos eléctricos hasta los parques eólicos marinos— hasta lo cruelmente específico. Por poner un ejemplo, el Proyecto 2025 coloca en la diana la Oficina de Justicia Medioambiental y Derechos Civiles Externos que forma parte de la EPA, la Agencia de Protección Ambiental (la preocupación por la justicia medioambiental recogida en la política energética del periodo de gobierno de Biden no tiene precedentes). Incluso hace un esfuerzo por garantizar que todos los cargos políticos de libre designación del Consejo de Seguridad Nacional se hagan con el control de la estrategia de defensa del Pentágono para así asegurarse de que el «cambio climático» y la «teoría crítica de la raza» no sean utilizados de alguna forma para «disuadir a los mejores hombres y mujeres de nuestro país de que se enlisten para servir en defensa de nuestra libertad».

Los autores del Mandato de liderazgo del Proyecto 2025 creen que Estados Unidos tiene la «obligación de desarrollar los enormes recursos de petróleo, gas y carbón de los que es responsable». También prometen regresar al año 2009 para revertir el hallazgo clave que hizo la EPA de que el dióxido de carbono puede causar lesiones, una posición que socava buena parte de la normativa medioambiental a nivel federal. Según su plan, abolirían incluso la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, que mide el daño que le estamos causando al aire y al agua, porque esos descubrimientos son «uno de los principales impulsores de la industria del alarmismo climático».

De todas formas, en cierto sentido los detalles no resultan tan cruciales, o no tanto como lo que significan en su conjunto: concederle a la industria petrolífera absolutamente todo lo que quieran. Trump ya ha dejado clara su intención de hacer justamente eso: tal y como informó en mayo The Washington Post, Trump fue a rogarle a las grandes compañías del sector que contribuyeran a su campaña prometiéndoles hacer lo que sea —lo que sea— que quieran sus directivos. Ellos, a cambio, están preparando sus peticiones: Politico ha publicado que la industria del petróleo está ya redactando decretos gubernamentales para un segundo mandato de Trump.

Lo que hace que todo esto sea particularmente aterrador que ya hemos visto lo que un gobierno de Trump puede hacer cuando no está bien organizado. Trump llegó al poder en 2016, tras el acuerdo climático de París, que prometía un gran impulso a la hora de enfrentarse a la crisis climática. Logró acabar con ese impulso al sacar al país del único intento serio a nivel global de contener las emisiones de gases de efecto invernadero, por mucho que Estados Unidos haya lanzado a la atmósfera más gases que cualquier otro país. El anuncio se produjo en una ceremonia en la rosaleda de la Casa Blanca a la que acudieron los mismos miembros de think tanks de Washington que han producido el Proyecto 2025. Myron Ebell, que dirige un grupo que se hace llamar Cooler Heads Coalition [Coalición de Cabezas Frías], le dijo a The Washington Post que creía que los científicos apoyaban las perspectivas mayoritarias en torno al calentamiento global con la esperanza de conseguir de esa forma ayudas gubernamentales. «Están todos conchabados —afirmó Ebell—. Tiene toda la pinta de ser una estafa».

Mientras que Trump acogió alegremente a los negacionistas climáticos de su entorno, Biden hizo uso de su tiempo en la Casa Blanca para empezar a hacer frente las amenazas climáticas, gracias en buena medida a las presiones del ala izquierda de su partido. Cuando Bernie Sanders pareció en un principio el líder de las primarias demócratas de 2020, el equipo climático de Biden se reunió con la congresista neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez y con Varshini Prakash del Sunrise Movement para elaborar un plan conjunto. No era el Green New Deal como tal, y se vio mermado en el Congreso y, después, lastrado con cesiones a la industria del petróleo por parte del senador de Virginia Occidental Joe Manchin, pero Biden invirtió enormes cantidades de capital personal y político y, contra todo pronóstico, sacó adelante la Inflation Reduction Act (IRA), que ha comenzado a destinar decenas de miles de millones de dólares en impulsar la transición energética. De hecho, para garantizar que ese dinero circulase todo lo rápido que fuera posible, el asesor de la Casa Blanca John Podesta —un gris burócrata de manual— formó un equipo que monitorease los cuellos de botella críticos para asegurarse de que los proyectos quedaran aprobados mucho más rápido de lo que suele ser el ritmo habitual de la toma de decisiones en la administración federal. En este momento, la fecha límite no podría ser más clara: cualquier proyecto que no esté aprobado en enero de 2025 ya no lo estará, no bajo un gobierno de Trump.

Y no es que Biden haya sido una fantasía ecologista. La IRA tuvo que encontrar los votos para ser aprobada, así que Manchin —que durante el ciclo electoral de 2022 fue quien más dinero recibió de las industrias petrolífera y gasística— hizo que se incorporase al texto la financiación de tonterías de las grandes empresas como el secuestro de carbono en las plantas energéticas. Incluso más allá de las presiones, Biden ha hecho varias estupideces, como, por ejemplo, la aprobación del absurdo complejo petrolífero Willow, en Alaska, que seguramente necesite que ConocoPhillips refrigere el suelo que el calentamiento global ha derretido para así poder instalar las infraestructuras.

Pese a todo, los movimientos de Biden fueron mejorando. Al principio de este año anunció que su gobierno suspendería los permisos para las terminales de exportación de gas natural licuado antes de que esta, la mayor bomba de gases de efecto invernadero, creciese aún más (de continuar, las exportaciones estadounidenses de este combustible producirían en pocos años más gases de efecto invernadero que todos los coches, casas y fábricas de la Unión Europea). Según afirman miembros del gobierno, esta suspensión llegará a su fin poco después de las elecciones; si gana Kamala Harris, al menos existe la esperanza de volver a redactar unas normas que asumen lo delirante que es enviar al extranjero un combustible más contaminante que el carbón. Si gana Trump, en fin, imaginemos Estados Unidos como una gasolinera de Exxon abierta las veinticuatro horas del día.

Esto también implica que cualquier plutócrata petrolífero del mundo tendrá libre acceso para hacer lo que le dé la gana; si Estados Unidos no está dispuesto a limitar su producción de hidrocarburos, no hay ninguna razón para que nadie más se lo plantee. Trump concederá el permiso definitivo para ponerse a bombear sin parar, y el Proyecto 2025 está más que dispuesto a ayudarle a redactar ese permiso, pues el Mandato exige al Departamento de Estado que «rescinda todas las políticas climáticas de sus programas de ayuda al extranjero» y «ponga fin a la guerra contra los combustibles fósiles de los países en desarrollo».

Por el contrario, con un gobierno de Harris, Podesta continuaría con su nuevo cargo de emisario estadounidense en las conversaciones climáticas globales (un cargo que heredó de John Kerry), aportando la credibilidad nacida de la implementación de la IRA. Y esas conversaciones pueden ser cruciales: evidentemente la crisis climática no puede solucionarla ningún país por sí solo, pero si Estados Unidos da con la manera de que las inversiones limpias en los países en desarrollo resulten menos arriesgadas, entonces puede que en algún momento las enormes reservas de dinero estadounidense depositadas en fondos de pensiones financien tanto las jubilaciones norteamericanas como los parques de placas solares en África, y todo el mundo se beneficie de ello.

Trump tiene un historial en cuanto al cambio climático: un historial nefasto. El Proyecto 2025 deja claro que operará a partir de ese historial, y esta vez no partirá de cero. Si se quiere un esbozo numérico, este es el minucioso análisis que llevó a cabo el think tank británico Carbon Brief: «Una victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre conllevaría unas emisiones adicionales en Estados Unidos de cuatro mil millones de toneladas en 2030 si se la compara con los planes de Joe Biden». Por si alguien se pregunta si cuatro mil millones de toneladas es mucho: «Estas cuatro mil millones de toneladas extra de dióxido de carbono equivalente (GtCO2e) en el año 2030 causaría daños asociados con el cambio climático por valor de más de novecientos mil millones de dólares, según las últimas evaluaciones del gobierno de Estados Unidos. Por contextualizar, 4 GtCO2e es el equivalente a las emisiones anuales de la Unión Europea y Japón juntos, o el total anual de todos los ciento cuarenta países que menos emiten del mundo».

Y es incluso peor que eso. La crisis climática —a diferencia de la mayoría de los males políticos que nos aquejan— es una prueba contrarreloj; hay un punto determinado que, si se cruza, el daño no se puede reparar. Una vez derrites el Ártico, nadie sabe cómo hacer que se hiele de nuevo. Y ese «punto determinado» se está acercando: los climatólogos han expresado claramente que para el año 2030 las emisiones tienen que haberse reducido a la mitad; un segundo mandato de Trump terminaría en enero de 2029, con lo que a su sucesor le quedarían… once meses. Buena suerte.

 

* El Proyecto 2025 es un programa elaborado por una coalición de think tanks, entidades e instituciones conservadoras con indicaciones acerca de la forma y el contenido del futuro gobierno, y con un plan para revolucionar la estructura del aparato estatal estadounidense en un sentido reaccionario. Este programa ha quedado recogido en el Mandato de liderazgo, un volumen de más de novecientas páginas. (Nota de Corriente Cálida).

 

Este texto fue publicado originalmente en The Nation (junio de 2024).