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Tecnologías animales y el proceso de trabajo capitalista

Kenneth Fish ||

 

En los critical animal studies está empezando a ponerse de moda el concepto de «trabajo animal». Para mucha gente lo que esta idea subraya es el papel a menudo complejo y activo de los animales en los espacios de trabajo y pone en cuestión la perspectiva ilustrada que se tiene de ellos como objetos pasivos sujetos al control humano. Para otra gente, abre la posibilidad de cierto acercamiento al marxismo, que, al centrarse en la explotación y la opresión laborales, y si bien es algo vital para la lucha por la justicia social, a menudo ha dejado a los animales a su suerte. En cualquier caso, el objetivo de este concepto es el de captar las continuidades entre las actividades animal y humana dentro de los espacios de trabajo con la esperanza de que el sufrimiento animal resulte más visible a ojos de los académicos de izquierdas y los esfuerzos por aliviar este sufrimiento más aceptables para los defensores de la justicia social.

Con todo, aunque estas aspiraciones sin duda son loables, los intentos por concebir a los animales como trabajadores está mal enfocados. No solamente despojan al concepto de «trabajo» de su valor crítico a la hora de comprender la relación entre seres humanos y naturaleza, sino que también difuminan el papel particular que desempeñan los animales en el lugar de trabajo y de qué forma sus vidas quedan sujetas a la acumulación de capital dentro del complejo industrial ganadero. En cambio, lo que yo propongo es concebir a los animales como tecnologías vivas cuyas capacidades únicas y autónomas fueron incorporadas hace mucho tiempo al proceso de trabajo y aprovechadas como medio a través del cual satisfacer las necesidades humanas. Un aspecto importante es que este desplazamiento conceptual nos permite ubicar la ganadería industrial dentro del contexto más amplio del capitalismo industrial, con la particularidad de que las máquinas que en él ocupan un lugar central son criaturas vivas. En lugar de mediante la defensa de mejores condiciones laborales, sería más fácil alcanzar los objetivos de los critical animal studies si se reconocieran estas continuidades y se defendiera la liberación animal respecto de su forma como capital fijo.

El problema del trabajo animal

El deseo que albergan los critical animal studies de ver a los animales como trabajadores es un reflejo del lugar central que ocupa en sus supuestos el modelo del trabajo artesanal. Una figura fundamental en el desarrollo de este modelo fue Francis Bacon, cuya defensa de las «artes mecánicas» subrayaba la importancia de una relación con la naturaleza que fuese transformadora en lugar de contemplativa. Nuestro deber es «hurgar en las entrañas de la naturaleza», afirmaba, y «forjarla como en un yunque». Se muestra aquí a la humanidad como si fuera el gran sujeto artesano que domina un mundo natural pasivo conformado por objetos. Hegel llevaría más allá este modelo artesanal en su visión del trabajo como un proceso a través del cual un sujeto humano se externaliza a sí mismo en un mundo de objetos. Para Hegel, el trabajo representa la «humanización de la naturaleza», una naturaleza que ya no desempeña ningún papel en este proceso más que el de lienzo en blanco sobre el cual se expresa el sujeto humano creativo.

El modelo artesanal de trabajo ofrece dos posibilidades para reflexionar sobre el rol de los animales en el lugar de trabajo. La primera es situar a los animales en la posición de objetos, verlos como materia natural pasiva transformada por los sujetos humanos creativos. En el mejor de los casos, los animales sería cosas naturales en cuyas tripas hurgaríamos para forjarlas mejor en nuestros yunques; en el peor, los propios animales serían la cosificación del trabajo, relevantes únicamente en la medida en que sean la expresión de las potencias creativas de los seres humanos artesanos. El problema con el que aquí se encuentran los critical animal studies es que en ninguno de los supuestos los animales estarían en una posición en la que sufriesen opresión en el lugar de trabajo más que cualquier otra materia prima inerte.

La opción más atractiva para los critical animal studies consiste en reconocer la particularidad propia de los animales como seres vivos y reubicarlos en la posición de sujetos dentro del modelo artesanal. Esto es tan simple como poner el acento en el hecho de que los animales se muestran como parte activa dentro del lugar de trabajo de un modo en que no lo hacen las materias primas inertes. Una versión más potente de esta propuesta se basa en la idea de que los animales demuestran cualidades subjetivas, como conciencia, intencionalidad, emociones y agencia, que vienen exigidas por su trabajo como animales de servicio (por ejemplo), pero que están ausentes en la naturaleza inerte. Una versión aún más potente de esta propuesta es que los animales trabajan en un sentido más literal, que ellos mismos son semejantes a sujetos artesanales que participan de la transformación de los objetos naturales. En todos estos casos, el consenso dentro de los critical animal studies parece ser que pronunciarse en nombre de los animales en el lugar de trabajo es algo que requiere que subrayemos esas capacidades subjetivas únicas que los distinguen de los objetos naturales pasivos propios del modelo artesanal.

Ahora bien, dado que la mayoría de los animales que «trabajan» se encuentran dentro del sistema de la ganadería industrial, parece vital que el concepto de «trabajo animal» proporcione una crítica de estas situaciones. Resulta extraño que haya quienes desde los critical animal studies sugieran que los animales que se encuentran en granjas industriales y los laboratorios son una excepción a la idea de que los animales trabajan. La argumentación parece consistir en que, aun poseyendo capacidades subjetivas únicas, los animales en estos lugares de trabajo se hallan tan oprimidos que son incapaces de expresar esta subjetividad; esto es, que si bien son efectivamente sujetos, a estos animales se los trata como si fueran objetos. Esto, no obstante, parece raro dado que desde un principio la idea de ver a los animales como trabajadores consistía en la mejora de sus condiciones laborales. Precisamente podría parecer más importante pensar en los animales como trabajadores en estos contextos y luego buscar la transformación de dichas condiciones que limitar su capacidad para ser criaturas subjetivas. Por supuesto, esto es justamente lo que el movimiento obrero ha intentado hacer en el caso del trabajo humano. Un movimiento obrero que no reconociese como trabajadores a los seres humanos empleados en un modelo taylorista porque se los trata como si fueran objetos sería una cosa un poco rara.

El punto de vista más sólido consistiría en reconocer a los animales como trabajadores en cualquier entorno laboral, sin importar cuánta opresión sufran. Dinesh Wadiwel, por ejemplo, subraya el valor del concepto de «trabajo animal» a la hora de reconocer la «agencia» de los animales de granja en el proceso de producción; ofrece «la oportunidad de comprender el papel específico de los animales como fuerzas activas dentro de diversos circuitos productivos». Pero va más allá de este énfasis en las cualidades subjetivas de los animales y defiende que los animales son trabajadores en un sentido fuerte, que transforman los objetos de un modo semejante a los obreros humanos. «Lo que hace que la comida animal sea diferente de un objeto inanimado y no sintiente es la colaboración del animal en el proceso productivo […]. Al animal se le exige que trabaje sobre su propio cuerpo a través de sus procesos metabólicos para producir la mercancía final […]. El hecho de que sea un ser vivo le permite ejercer un trabajo sobre sí mismo».

Pero Wadiwel estira el concepto de trabajo hasta su punto de ruptura. Si el motivo por el que los animales trabajan es simplemente porque están vivos necesitaríamos pensar en las plantas y en los microorganismos que se encuentran en los entornos laborales como trabajadores también, pues ambos se caracterizan por contar con procesos metabólicos necesarios para producir una mercancía. Pero no nos podríamos detener ahí porque los seres vivos comen, crecen y se desarrollan más allá del lugar de trabajo, de manera que tendríamos que verlos como trabajadores tanto si participan en los entornos laborales como si no. Y, de hecho, esto es lo que hace Wadiwel: «El pez salvaje vive un mundo de trabajo dirigido directamente al autoabastecimiento buscando siempre comida y evitando que lo devoren». Pero si todas las cosas vivas trabajan, y lo hacen simplemente por el hecho de estar vivas, al concepto de «trabajo animal» parecería faltarle el valor crítico para reconocer el papel único que los animales desempeñan en el lugar de trabajo y para aliviar su sufrimiento. A menos que busquemos mejores condiciones de trabajo para los trabajadores microbianos que producen insulina o para las plantas trabajadoras que producen frutas y verduras, ¿por qué íbamos a hacerlo en el caso de los animales?

El caso es que Wadiwel y otros académicos cuya producción teórica se encuentra dentro los critical animal studies tienen razón en que comprender el papel de los animales en el lugar de trabajo depende de que se reconozca el hecho de que son criaturas vivas y no objetos pasivos que están ahí para que el ser humano los transforme. Aun así, más que hacer que los animales pasen a la posición de sujetos en un modelo laboral artesanal, lo que necesitamos es un modelo alternativo de trabajo que ofrezca una perspectiva más refinada del papel tan singular que los animales tienen en los espacios de trabajo y que al mismo tiempo conserve la especificidad conceptual del trabajo como una actividad particularmente humana. El análisis que hace Marx del trabajo en El capital nos ofrece un buen punto de partida.

El proceso de trabajo y la humanización de las tecnologías animales

En el volumen I de El capital Marx dice que el trabajo es «un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como una fuerza natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida». Aquí hay dos elementos importantes que contrastan con el modelo de trabajo artesanal. Primero, la naturaleza es concebida como una fuerza activa en lugar de como un objeto pasivo a transformar. Segundo, el propio trabajo humano es percibido como una fuerza de la naturaleza. Así pues, para Marx el trabajo no es algo que los sujetos humanos ejerzan sobre un objeto natural, sino un proceso de la naturaleza, una relación entre naturaleza humana y no humana cuyo objetivo es mediar, regular y controlar un metabolismo natural.

Esta definición del proceso de trabajo nos da una idea bastante diferente de la humanización de la naturaleza respecto a la del modelo de trabajo artesanal. Mientras que para Hegel el ser humano sale de sí mismo en un mundo de objetos naturales, aquí la humanización implica más bien la incorporación de la naturaleza no humana a la actividad singular de los seres humanos, a lo que Ted Benton denomina la «estructura intencional» del proceso de trabajo. Todos los animales, de un modo u otro, se relacionan con la naturaleza para satisfacer sus necesidades. El proceso de trabajo no es más que la forma particular que adquiere esta relación para los seres humanos y, por lo tanto, representa la humanización de la naturaleza del mismo modo en que las presas de los castores representan la castorización de la naturaleza, y que los palos que fabrican y utilizan los chimpancés para atrapar termitas representan la chimpancización de la naturaleza. En cada uno de estos casos los materiales y las fuerzas de la naturaleza son empleadas como tecnologías: medios para la satisfacción de las necesidades de un animal. Por lo tanto, más que ser moldeada y configurada mediante la tecnología, la humanización de la naturaleza debería ser pensada como un proceso de utilización de los materiales y las fuerzas de la naturaleza en tanto que tecnología.

Con esta imagen del proceso laboral, tiene todo el sentido pensar en los animales que están en los lugares de trabajo como tecnologías. Los animales son una fuerza activa de naturaleza no humana. Como todos los seres vivos, metabolizan comida en energía, crecen, se desarrollan y se reproducen. Como son seres vivos, cuentan con autonomía de movimientos, relaciones con otros seres de su especie, sentimientos e inteligencia. Los animales están presentes en nuestros procesos de trabajo únicamente porque buscamos hacer uso de las capacidades de estas criaturas como medios para satisfacer nuestras propias necesidades. A estos animales se los humaniza no porque sean material pasivo moldeado y configurado sobre un yunque, ni porque sean receptáculos de nuestra manera de expresarnos, sino simplemente porque se los incorpora en tanto que tecnologías a la estructura intencional de nuestros procesos de trabajo.

De hecho, la humanización de los animales tiene una larga historia. Desde el uso de perros para cazar hasta el pastoreo, las tecnologías animales son tan antiguas como el propio proceso de trabajo. La revolución neolítica señaló un punto de inflexión en este proceso en el que la domesticación de animales —para ser usados como comida, como vestido y como bestias de carga— trajo consigo una utilización mucho más completa de sus vidas como medio para satisfacer nuestras propias necesidades, además de una mejor adaptación de sus vidas a estas necesidades mediante el entrenamiento, la cría y, hoy en día, la ingeniería genética. Desde entonces los animales han sido incorporados a una amplia variedad de procesos, desde la agricultura y la ganadería hasta la investigación en laboratorios, los zoos, los acuarios y la policía. Por supuesto, existen diferencias en el modo en que se los trata en estos entornos de trabajo: a los animales a los que se sacrifica para obtener carne difícilmente se los puede ver como «compañeros» como sí sucede con los perros policía. Pero estas diferencias no deberían ocultar el hecho de que en todos los casos los animales están en los espacios de trabajo como un medio para que podamos satisfacer nuestras necesidades y que por ello convendría pensar en ellos como tecnologías.

Pensar en los animales de esta forma no implica que carezcan de subjetividad o que de algún modo se conviertan en meros objetos pasivos que nosotros podamos manipular. Nos relacionamos con ellos en tanto que fuerzas activas de la naturaleza y, sin importar cuánto se hayan adaptado a nuestras necesidades, siguen siendo las mismas fuerzas activas. Si la idea de «subjetividad» pretende captar las capacidades de estas criaturas para moverse de manera autónoma, relacionarse, sentir y pensar, no cabe duda de que, en este sentido, los animales son «sujetos»; no obstante, esta subjetividad no les salva de ser empleados como tecnologías. De hecho, podrían ser precisamente estas capacidades «subjetivas» las que los convirtieran en medios tan efectivos para que nosotros satisfagamos nuestras necesidades, como demuestran los casos de los animales de servicio o de las mascotas. A fin de cuentas, la cuestión de la subjetividad es irrelevante a la hora de concebir el papel que tienen los animales en el proceso de trabajo porque este no se da entre sujetos y objetos sino que más bien en él los materiales y las fuerzas no humanas de la naturaleza son utilizadas como tecnologías para satisfacer necesidades humanas. La preocupación por la «subjetividad» animal que existe en los critical animal studies es un reflejo de los límites del modelo de trabajo artesanal en el que todo lo que no es un «sujeto» es necesariamente un «objeto» para la manipulación humana. La manera en que Marx reflexiona sobre el proceso de trabajo nos permite dejar aparcada esta preocupación para redirigir nuestra atención en su lugar a la humanización de los animales en tanto que tecnologías. La verdadera ventaja de este cambio llega al apreciar las continuidades entre las tecnologías animales y la maquinaria del capitalismo industrial.

Tecnologías animales como fuerzas industriales de la producción capitalista

El capitalismo es una forma particular de satisfacer las necesidades humanas en la que los medios de producción descansan en manos privadas, la fuerza de trabajo es vendida como una mercancía y el proceso de trabajo está subordinado a la producción y la acumulación de beneficio. Dicha subordinación en un principio deja relativamente intacta la forma del proceso de trabajo, pero en última instancia los capitalistas aspiran a transformar el proceso de trabajo como tal para que cumpla mejor con las exigencias de la acumulación. Es esto a lo que se refiere Marx como «subsunción real» del trabajo al capital y llega a reconfigurar de manera fundamental la relación activa entre la naturaleza humana y la no humana. Mientras que los seres humanos deben incorporar siempre la naturaleza como tecnología al proceso de trabajo para satisfacer sus necesidades, solo bajo el capitalismo esta humanización viene motivada por el beneficio y solo bajo el capitalismo la naturaleza adquiere forma de propiedad privada alienada de los productores directos. La industrialización señala un paso importante en la subsunción real del proceso del trabajo al capital. Marx escribe en los Grundrisse que, con la llegada de la máquina, «el trabajador ya no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio, entre la cosa y sí mismo, sino que inserta el proceso natural, al que transforma en industrial […]. Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal». Aquí hay dos elementos importantes. Primero, la industrialización comporta un cambio en la naturaleza de la tecnología: las cosas naturales (herramientas) son sustituidas por procesos naturales (máquinas). Segundo, es debido a su singular naturaleza por lo que las máquinas se convierten en el «agente principal» del proceso de trabajo y el ser humano «se presenta al lado» del proceso. A diferencia de las herramientas, que son movidas por la acción intencionada de trabajadores individuales, las máquinas son ellas mismas activas y tienen sus intenciones incorporadas. En este caso el trabajo queda reducido a la supervisión y regulación de las maquinarias automáticas. Ese desplazamiento de los seres humanos en favor de la tecnología les resulta particularmente atractivo a los capitalistas porque la tecnología es su propiedad privada (o «capital fijo») y puede ser transformada «a espaldas» de los obreros asalariados. La maquinaria le ofrece al capital, por lo tanto, una base material que se ajusta a su expansión y abre la puerta a la transformación relativamente constante del proceso de trabajo, o lo que Ernst Mandel llama «revolución tecnológica permanente».

El complejo animal-industrial muestra similitudes notables entre los animales y las máquinas. Más que como una herramienta o como «cosas naturales modificadas», tiene sentido pensar en la tecnología animal como un «proceso natural transformado en un proceso industrial». Y, al igual que en el caso de la maquinaria, es la naturaleza única de las tecnologías animales lo que las convierte en el «agente principal» de los procesos industriales de trabajo. Efectivamente, las capacidades vivas de las tecnologías animales para crecer, desarrollarse, metabolizar y reproducirse hacen que tengan una autonomía a la que los sistemas de máquinas solo puntualmente pueden acercarse, de tal manera que el trabajo en las granjas industriales y en los laboratorios es, de forma bastante literal, una actividad de regulación y supervisión de tecnologías autónomas. Estos animales son, por supuesto, de propiedad particular y, al igual que sus homólogos mecánicos, adoptan la forma de capital fijo. Así pues, sus capacidades vivas se convierten en un punto de innovación movida por el beneficio. En este sentido, los robots de ordeño automático, las hormonas de crecimiento bovino, el despique de aves y la ingeniería genética pueden ser vistas como intentos por construir una máquina animal mejor.

El concepto de «trabajo animal» únicamente sirve para ocultar esta subsunción de los animales dentro del capital industrial. El hecho de que sean seres vivos los convierte, efectivamente, en agentes centrales del proceso de trabajo, pero ello no hace que su papel deje de ser tecnológico y, desde luego, no los convierte en trabajadores. El complejo ganadero industrial se asienta sobre tecnologías vivas, máquinas animales cuya autonomía «pone a un lado» el trabajo humano dentro de ese proceso. En este contexto los animales no son simplemente tratados como si fueran tecnologías industriales, sino que, más bien, son tecnologías industriales. Son fuerzas de la naturaleza subsumidas como capital fijo y, como tal, núcleos de innovación técnica sometidos a las presiones de la acumulación. El hecho de que sean seres vivos es, desde la perspectiva del capital, algo irrelevante.

Con todo, hay una diferencia importante entre los animales y la maquinaria inerte, una diferencia que permite reconocer el sufrimiento animal sin tener que recurrir al concepto de «trabajo animal». A diferencia de las máquinas, los animales cuentan con lo que Ted Benton denomina un «modo de vida», o lo que Zipporah Weishberg llama «esencia viva»: un conjunto de necesidades, capacidades y comportamientos que definen al animal como el tipo de ser que es. Mientras que la máquina es construida para dedicarse a una tarea concreta, el complejo de la ganadería industrial utiliza aspectos específicos del modo de vida de un animal como una fuerza productiva y, necesariamente, los aliena de los demás. Lo que resulta tan espantoso de la ganadería industrial no es que a los animales se los trate como objetos en lugar de como a sujetos, sino que su inclusión en estos procesos de trabajo exija que se los aliene de prácticamente todo lo que con razón se podría considerar parte de su modo de vida, incluida la propia vida como tal. El objetivo de los critical animal studies debería ser descubrir y superar esta alienación animal. Lograr este objetivo requiere que se libere a los animales de la forma que han adquirido como capital fijo, no mejorar sus condiciones laborales.