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A ella le gusta la gasolina

Pedro Toro  | 

20 de febrero de 1909. Filippo Tommaso Marinetti publica el Manifiesto del Futurismo en el diario en Le Figaro:

Punto 1. Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

Punto 3. Nuestra pintura y arte resalta el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

Punto 4. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad.

17 de julio de 2021. Julia Ducournau gana la Palma de Oro en el Festival de Cannes con su segundo largometraje, Titane. Un artefacto incómodo, envuelto en una crisálida de referentes, de la que eclosiona algo nuevo.

(… Eh, yo soy muy mía, yo me transformo)

La neocarne de David Cronenberg, la estilización de la violencia de Quentin Tarantino o la querencia por epatar de Gaspar Noé son citadas explícitamente por Ducournau durante la primera mitad de la película para metamorfosearse en otra cosa en el segundo bloque.

(Una mariposa, yo me transformo)

La protagonista se despoja, literalmente a golpes, de su identidad hasta convertirse en un significante vacío que su contrapartida, el personaje de Vincent Lindon, llenará con lo que él más necesita en cada momento.

(Makeup de drag queen, yo me transformo)

18 de marzo de 2022. Rosalía revoluciona internet con la publicación de su tercer disco, Motomami.

T de Titánide

Como el personaje que interpreta Agathe Rousselle, la artista catalana se ha vaciado de género (musical) para dejarse proyectar por todo lo que el gran público espera de ella sin dejar de hacer lo que le ha venido en gana. Sí, hay hits para la pista y baladas íntimas, galimatías tiktokeros y metáforas rijosas. Hay reguetón para los States que la engloban en «lo latino», y performance de ardor coplero y flamenco para quienes veían en ella a una nueva Lola Flores. 

Un disco que, como Titane, película y personaje, se parten en dos para denunciar la superación de ese binarismo. El disco tiene «moto» (la energía, la velocidad) y «mami» (la intimidad, los cuidados). Los audios de su abuela o ella misma recitando el abecedario son muestra de ello.

Una motomami canta al amor al peligro, al hábito de la energía y de la temeridad. 1/11

Una motomami resalta el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo. 3/11

Una motomami afirma que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. 4/11

Como cualquier músico del siglo XXI, sus canciones no son nada sin la apuesta estética y audiovisual, y ahí es donde los universos de Rosalía y Ducournau vuelven a cruzar.
Adrien, le protagoniste de Titane, comienza la película como bailarina erótica para coches (una profesión bastante normalizada en ese universo al parecer). Los dos primeros vídeos de Motomami, SAOKO y CHICKEN TERIYAKI (todo el setlist se construye en mayúsculas), hacen lo mismo con motos de gran cilindrada. Incluso en HENTAI, el deseo de Rosalía se presenta contra la máquina (un toro mecánico) y contra la cámara, como Adrien se nos presenta en la impactante escena sexual que sirve como detonante de Titane. No hay nadie más. El metal es la nueva carne. 

Pero en los temas de Rosalía no suenan solo Palmas de Oro. Uno se imagina perfectamente a los atribulados adolescentes de Evangelion escuchando HENTAI antes de fundirse en sincronía con sus gigantes de hierro; al macarra Kaneda de Akira participando como pandillero figurante en SAOKO, o LA FAMA sonando en la próxima barbacoa de la saga Fast & Furious. De hecho, quizá fuese esta franquicia la que marcase la pole position de este discurso con su habilidad para, una vez más, despojarse de género (cinematográfico). Una deconstrucción del concepto Transformers, en el que humanidad y mecánica se encuentran disociados en cuerpo pero unidos en espíritu. Un chasis sobre el que montar cualquier tipo de vehículo cinematográfico siempre que incluya gasolina, familia y excesos. 

Punto 7. No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra.

Hace meses, una usuaria de Twitter alertaba sobre la ecoansiedad que le producía la ostentación motorizada en los clips de Rosalía. Una fiesta exclusiva en un rascacielos a nivel del mar. Un descapotable con el que poder escapar de un mundo en ruinas. Un bosque en llamas, una rave y una bandera de Francia en la estación de bomberos.

En tiempos de cambio climático y decrecentismo, humo, derroche y dinero se convierten en las armas estéticas de las creadoras para generar impacto. Una violencia que se traduce en interacciones, likes, views y dominio de la conversación a mayor gloria del algoritmo. 

No hay intención política aparente más allá de ese vaciado para ser completado a gusto del consumidor, pero ¿no es ese el sueño dorado del neoliberalismo?